Wednesday, July 26, 2017

La demencia de haber perdido la nociòn de lo escrito, cuando el tiempo de los cuerpos desnudos, durmiendo en la casa de los abuelos, sobre la caja de los bombones, haciendo poesía en los precipicios, hablando con los vecinos y mientras tanto refugiándose en lo oscuro, en las tinieblas del delirio, como voy contando mas allà de mis verdades lo que corre por mi sangre, que a veces no tiene razones, pero que con todo, construye mi pensamiento, con baldosas sueltas, con chispazos, en una madriguera donde a veces falta el aliento. Y asi voy pegando los pedazos sueltos de lo que queda de mis costumbres, que siempre se agitan, detrás del periódico, de toda la realidad que no puedo separar de las cosas que van ocurriendo en mi interior, la ligereza del tiempo, la brevedad de los placeres, todas las necesidades de las sombras, de los tesoros, las piezas de un juego que armo con mis amigos, con mis terapeutas, con las voces que se acercan a mi corazón, con el lado izquierdo de mi voluntad, para entender el mundo, yo que estaba penando en acontecimientos, yo que no podía sembrar, me encuentro con esta juventud, con esta ola, con toda esta belleza que es una de las partes que entendí con mis prisiones, con mis dolores, con todo mi sufrimiento. No me cuesta desandar los caminos y ver poblados pobres y ver en mi propio pasado de carencia como se fueron acomodando otros, como fueron levantando sus castillos y a eso le llamaron gloria, a la familia le llamaron éxito y yo con mi ostra, con mi pañuelo, con mi forma arrebatada al olvido, levantando imágenes de mamá y papá , intentando un poco ser como ellos, escribiéndome en un útero .A todo eso tenía que dejar madurar, sus imágenes, sus sentimientos.

Monday, January 03, 2011

Idealogías

 

Y están las palabras que confunden y la familia amiga de todas las dictaduras, descollando por sus orígenes y por su ostentación; atrapar el sentido y dejarlo vibrando en el aire con un corte revolucionario. Y negociar y ser vencido y volver a la palestra sin dejarse engañar y preguntarse mil y una vez tomando la historia que nos cuentan , las voces que nos hacen, los escritos que nos manifiestan y la memoria que nos abarca, la adolescencia permitida, los bailes y las discotecas; el ejército ocupando los ventanales, la novia que sale con sus libros debajo del brazo, la confusión de una madrugada, el aislamiento; como si estuvieras confinado en un reducto, muerto de pena en un pozo, en plena biología amorosa y las armas a tu alrededor y tantas muertes incomprensibles como sombras de la noche, los peregrinos con sus pequeños grandes gritos de cebolla, las mujeres atadas a la mazamorra y los tanques y la falta de justicia y todo lo que nos hace sentir heridos por un pasado que mantenemos en cárceles de acero y después la pobreza y los chicos en pata y tanta escritura que se devanea entre ficción y ficción pero la locura y los tiempos de la fuerza cuando te fuiste lejos buscando un amor como puerto; un puerto que no era y un destino sin lengua, pleno de lagunas como choclos en los galpones entumecidos, como tu nombre que se merece la autorruta y el tiempo de dejar perder el tiempo en una lejanía que se muestra como resolana , en la antigüedad de las ciudades italianas, en la falsa incomodidad francesa; el falso café, el cigarrillo falso , la personalidad falsa y solitaria.

Y así gira el tiempo de los molinos, recuperando mi infancia para volver a perderla, defendiéndome como puedo de las otras versiones antagónicas, las defensas familiares que no terminan de convencerme cuando veo tanto egoísmo alrededor del mango y sé que en el fondo me asalta el conformismo y soy un pedazo de cielo mal pintado, con jarabe de ciruelas y un bigote mocho y una billetera repleta de tarjetas.

Me desnudo. Me recuesto sobre el frío catre. Tengo las uñas largas y a veces se me cae la baba . Todas las noches tengo que escribir mi propio misterio. Y no sé de donde sacar los principales secretos. Mi vida a veces se revela a la luz de sus propias oscuridades . Pero de la oscuridad, mas allá de la burguesía nace una inesperada creatividad plena de anarquía . Nosotros, súbditos de Europa escuchamos la noche del gato. Nos forjamos un destino de soja a pura fumigación y a otra cosa. Mi barrio y mas allá el campo. Y siempre mas allá el campo en la región misma del silencio, dando la leche de la diferencia, desde la imposibilidad misma de la relación, nos abarca a ambos el gaucho y yo.

Y es esto lo que discutimos en silencio. No se puede hablar bien con los legítimos dueños de la tierra. Somos usurpadores. Tenemos nuestras milicias, nuestra policia, nuestras leyes nuestras cárceles. El hombre de la tierra es tierra explotada.

Todo lo que surge de tu cultivo son manos que apenas te acechan y te gritan por dentro de tu pradera y de tu noción de caballo.

Tu poesía es desaliñada porque te has envuelto en la mierda de tu opresión para desfigurarte como un mastín ahora que cantan los pájaros y el peón duerme fuera de tu ley y de tu espacio.

SANTIAGO LINARI

Saturday, December 25, 2010

Cecilia

 

Las fresas renacerán en noviembre cuando en la casa junto al río se siembren en macetas los malvones. Quiero decir que del lado de las necesidades, en lo que a plantas se refieren siempre hay algo en mí que depende de ellas, de su estado más o menos saludable. Y para comenzar el relato vale especular con el sabor y la preparación de las tortas. Durante el cumpleaños se sueña con una familia lejana y en las sombras diminutas se recoge el chocolate y las fragancias de los acaramelados para reconstruir en las ruinas la oculta prohibición de la heladera. Es que tengo diabetes y sueño con todo lo dulce que me puedo llevar a la boca en este día. Son pocas las oportunidades que tengo de desvestirme en público y navegar haciendo el payaso y comentar todos los viajes sin sonrisa, con los idiomas quebrados , sin caléndulas ni rescate para la bombona de dulce de leche que se queda picada de espumas en el plato con la lógica precisa de un postre.

La vida será por siempre un portento de azares y cosas sin compostura, como zapatos sin remiendos para sentarse en la mesa y esperar que se enciendan las velas y murmurar la consabida cantinela del feliz cumpleaños y callar ante tanta amplitud y esperar que cecilia, con ese legitimo nombre , sea como siempre la que atrae la magia de la espera en los balcones, la que siembra de misterio la noche, con su naturaleza de divinidad profunda, a veces quebrada en llantos cuando nadie mira, con una belleza de tiempos inmemoriales cuando ella es música , sabor a café.

En el merengue de su sonrisa cecilia cosecha toda clase de frutos espumosos y le da vida a las granadas y a los cacahuetes emperifollando la cocina con sutiles labios de besos morados y sedientos, como besos perfumados que se quiebran, como caricias que se roban porque sí a la noche mas profunda.

Es que detrás de todos los preparativos esta ella guardando silencio y vos que me escuchas y me lees y todos ustedes junto al fuego, como replegados en este misterio, conversando sobre los acontecimientos futuros, el país azul que todos queremos, las venas de la rabia, la mañana y su recóndita pereza y la botánica y todo el fulgor de una rosa que termina siendo revolución en el siglo de los hambreados, en la decadencia de los hombres sin cumpleaños, sin hermanos, sin festejos.

Cecilia parece encajar en todos esos mundos. Ella pertenece al signo del acontecer como si fuera un sol que despierta entre murmullos en medio de la noche, como una luciérnaga que se enciende y me ilumina.

Y quedan las sobras de comida y los escabeches, los peces fritados y las aceitunas, quedan todas las voces ausentes, los misterios de tu voz y de otras voces inoportunas, para desacomodar los plumeros, vencedores y vencidos a la cama, me quedo con las galletitas y los mil perfumes de la cometa y la invención de la dicha y todos los pliegues sin rumbo, todas las carcajadas del tiempo en su forma de orinar sobre las personas y el deber ser y sus huellas, la máxima conspiración de los soldados ante las murallas.

Para acelerar la narración hay que despojarse de los huesos, mantener el misterio de las carnes bailando, y no dejar de reír y esperar siempre que lleguen al mundo los gaiteros, para escribir fuera del silencio.

Para escribir con el idioma de la razón se funden las palabras en el requesón del pensamiento, con la propia lentitud de unas pastillas para el ánimo y las horas pasan y es todo interminable, la constancia que deja obnubilados los corazones, leer de corrido las frases y estallar en el automatismo y pensar el lenguaje continuando con la obra merecida del fracaso, lo que nunca será, lo que quedará de lado en esta fiesta mientras les hablo, sabiendo que toda tentativa se viste de futuro y queda casi siempre guardada en los cajones donde nadie lee tus trabajos. Es mejor precisar en que se va malgastando el imaginario cuando enciendes la computadora. La realidad se impone.

Y es por esto que celebro en medio de un aquelarre, con las gotas para los oídos, mi triste cumpleaños de piezas desencajadas, de cáscaras de cartón. Mis manos tiemblan en tus manos de porcelana china y todos ustedes que miran son parte de este juego de naipes, de este encuentro entre las dunas para mejor elegir las palabras que se acomodan en los estantes sin vida, entre manzanas y uvas y bocas perezosas que sonríen porque sí, atravesadas por el mal gusto.

Y siempre queda un capullo rasgado de devenir. Los invito a murmurar por los altavoces para que todos escuchemos de qué trata el rumor de sus voces. Les señalo el camino del autentico jolgorio, cuando entre tablillas y rasguños vamos todos perfilando el mejor rostro hacia la quema. Y en este presente quedo atravesado por mis palabras, sin salida posible, intentando dar en el blanco, haciendo centro, por otras noches que se cuelan tan abastecidas y espumosas, tan llenas de llanura y de lunas redondas como pasteles para inventar la posibilidad de otra tierra donde fuera posible crecer sin mortificaciones.

Y olvidar la piedra de los castillos que hay en mi y sentarse a pensar en un balcón junto a la calle y ver surgir el rosedal, el jardín japonés, la sonrisa de cecilia, las manos de cecilia, los guantes, las estrellas y toda la admirable compañía de ustedes en los puentes, en las declinaciones, en los murmullos, las versiones para contar y reír y huir disparatadamente de la realidad, atándose a las cadenas de la ocurrencia.

Como se arma un rompecabezas o un florero en piyamas, así también se consigue intercalar las palabras y enumerar los dichos para diagramar las operaciones de la verborrea, cuando no la tragedia del esperanto, la suma de dos idiomas extraños, el disfraz que contamina las conjugaciones y la sórdida variante del verbo y su gramática.

Yo te espero del otro lado del embudo. El lenguaje es un retoño que nunca olvidaras. Este relato es una forma de sumergirte en todo aquello que sabe a tiempo presente, a sol, a distancia profunda, a marea color esmeralda o topacio, a los retruécanos de las sombras frías, las ligeras sombras que fagocitan el odio sereno bajo tierra; un odio de lombrices extrañas y nobles, que perduran en la mierda.

Yo te invito a comer de la torta de chocolate de mis míseras tragedias y ombligos para nacer como un día de hoy al más común de los territorios, solo salvado por la leche materna y las caricias de manos suaves y tibias.

Y los invito a todos para sentirme replegado en el numero cero y para estar de pie en cualquier número y para estar mal avenido, de pésimo humor, como si hubiera nacido en medio de una catástrofe, en una guerra o trinchera de un cuerpo mutilado.

Con el sabor de la aceituna mi madre se enamoraba de los pájaros consagrados y en una única canción dejaba hervir la simiente en su regazo. Todos ustedes lloraban de envidia junto a la laguna y ella en su canoa observaba los jilgueros mientras las avispas encarnaban sus dardos fulminantes y con sus aguijones asesinos maltrataban al bebé que yo era, como un desposeído de la tierra.

Y en medio de la prisa nacían los naranjos y mi madre los juntaba en su canasto de mimbre llevándome tapado en medio de los panes a la noche de los acuarios.

En una subasta me vendían para ser usado como esclavo en los tambos. Y de las vacas lecheras nacería mi único grito, la necesidad de ser amado, la raíz de todos mis sufrimientos, mis apagadas tristezas.

Cuando más reflexiono en el lenguaje más me detengo en las pausas y todo parece despeñarse por falta de imaginación o aburrimiento, la vida se estanca, las ideas se fragmentan, el cuerpo mutilado se transforma en una competencia sin voces, en busca de un liderazgo, como ocurría en los grupos.

Y no era posible pensar diferente, la voz de la diferencia era coartada, quitada del medio.

Estas cosas ocurrían en la escuela; no había verdadera psicología social, lo que había era un acuerdo tácito por mantener la cuota y mantenerse en pie; los coordinadores eran empleados de la fábrica de pensar; llevaban un maletín con unas pocas herramientas. A mi me pretendían como manifestante político. Detrás de una pobre argumentación catedrática se levantaba la codicia y el negociado. Y yo me justificaba. Justificaba mis horas de no hacer, mi necesidad de compañía, la mala hora que da detrás del silencio en todos los rincones, como si fuera un vértice o una operación de apendicitis.

Yo me llevo las manos a los labios y me toco el sexo como si fuera una cerbatana y exprimo el doloroso orgasmo de mi pensamiento como si se tratara de una nube profunda, mientras me inquieta la ola que da voces y se enmaraña en las vicisitudes del día. Yo busco la palabra que tiende a marear en las longitudes perversas del sol donde operan el fuego con agua de manillar y esconden las grullas en los pergaminos para no permitir que se encastre la realidad en una racionalidad futura. Mi única forma de explorar la escritura es a través del automatismo. Así puedo relajar mi mente y no sentirme atado a la forma. Veo caballos. Mueren caballos. Mueren de pie tomando agua. Siento que mueren como si fueran caballos. Y los veo de noche, con un fondo azul y rosa como si de pronto el sol fuera saliendo de sus cauces. El sol usando los adjetivos, firmando los escritos con los únicos caballos, con sus caballos malditos, ustedes que están sentados ahí, con un traje blanco, mirando las paredes, comiendo una medialuna.

SANTIAGO LINARI